Heaven by Mieko Kawakami

Heaven by Mieko Kawakami

autor:Mieko Kawakami [Kawakami, Mieko]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2009-01-01T00:00:00+00:00


6

El otoño iba avanzando día tras día.

Una mañana, cuando llegué a la escuela después de atravesar la alameda de siempre, descubrí que en el gran parterre que estaba justo al cruzar la puerta principal habían empezado a florecer unas plantas que no conocía. Eran unas flores redondas con grandes pétalos de color blanco y rosa pálido que se adherían a su capricho a una verde maraña parecida a las algas secas.

Pensé que debían de ser flores de otoño. Pero, por más que las miré, no conseguí verlas como parte de mi mundo. Lo único que podía sentir de verdad era el dolor que aún me quedaba en la nariz. Con todo, el daño había ido disminuyendo con el paso de los días. Era mi ánimo el que no mostraba signos de remontar.

Poco después del 10 de octubre recibí una carta de Kojima. Quería verme. La carta era corta. Ponía que me esperaba al día siguiente, tras las clases, en las escaleras.

La carta estaba pegada como antes dentro del pupitre y la leí en los lavabos. Me dio la impresión de que la letra era muy diferente de las otras cartas. Sin duda, la nota era suya, pero los trazos escritos con portaminas, que antes eran finos y sutiles como un hilo, habían dado paso a unos caracteres grandes y gruesos; incluso se percibía la presión del lápiz. Sin embargo, estaba seguro de que era su letra. Miré la carta con un sentimiento extraño y, tras pensármelo mucho, le respondí diciendo que tenía un compromiso y que no podía ir.

Al día siguiente me llegó otro mensaje: «Quiero verte, no importa cuándo. Dime algo». Y al siguiente encontré otra nota pegada que decía: «Quiero hablar contigo». No pude responder a ninguna de las dos cartas.

No tenía ganas de ver a Kojima.

Cada vez me costaba más dormir.

Por las mañanas, al despertar, empezaron a dolerme la garganta y el pecho. El dolor siempre era igual y, al beber agua, se intensificaba aún más. Iba hacia la escuela arrastrando mi cuerpo y mi cabeza embotada y, a menudo, me entraba sueño durante la clase, me adormilaba y el profesor tenía que llamarme la atención. Verme así parecía divertir mucho a Ninomiya y a su panda. Como no dormía, mi cuerpo estaba enrojecido y caliente durante todo el día, cubierto de un sudor desagradable, persistente, que me humedecía la piel.

Cuando estaba en casa me costaba incluso decirle «buenos días» u «hola» a mi madre. Cuando estaba en mi habitación no solo no tenía ganas de leer, sino que ni siquiera me apetecía tocar un libro. Pasaba los días en mi cuarto con las cortinas corridas, tumbado en la cama sin mover un músculo. Mi apetito fue disminuyendo poco a poco, como si lo limaran, y tenía constantemente la impresión de que me habían embutido algo en un lado de la cabeza. Cuando me bañaba, dejé de saber por dónde debía empezar y me limitaba a meterme en el agua caliente sin lavarme el cuerpo antes.

—¿Y cuándo



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